Jesús, el Mesías de Dios, nació en Belén de Judea en tiempos del emperador Octavio Augusto, siendo Herodes el Grande rey de Israel. Su nacimiento marcó el inicio de la era cristiana. Su doctrina, explicada durante tres años, cambió el curso de la Historia. Vino al mundo para dar a conocer a Yahvé, el Dios Padre, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob con palabras y hechos, fruto de su visión y contacto permanente con Dios Padre cuando, en repetidas ocasiones, oraba a solas retirado en el monte
La vida pública de Jesús, considerada en tres etapas, la inició con su bautismo en el Jordán, hecho que Lucas sitúa “en el año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, y Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide”, o sea en un contexto histórico concreto. Tenía entonces treinta años.
Su primera etapa empezó cuando fue a la boda en Caná de Galilea. María, su madre, quiso que le acompañara para darlo a conocer y le salió bien porque brindó el mejor vino de toda Galilea. A pesar de un ayuno de cuarenta días con sus noches, superó las tentaciones mundanas y venció las mañas del diablo empeñado en apartarlo de Dios. Ungido por el Espíritu Santo en los albores de su juventud, iba tomando conciencia de su misión mesiánica y de ser Hijo de Dios. Fue una etapa dichosa predicando la venida del Reino, dando de comer a la gente, curando dolencias y haciendo el bien. Era asiduo de la sinagoga de Nazaret, donde todos le conocían, aunque lo miraban con cierto recelo.
En la segunda etapa de su vida pública, Jesús cambió. Se marchó de Nazaret y se estableció en Cafarnaúm donde conoció a Simón y Andrés y a Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y empezó su predicación a fondo. “Está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia”, es lo que proclamaba de ciudad en ciudad, de aldea en aldea de forma sencilla y directa o explicada con parábolas para que se entendiese que la salvación del ser humano pasaba por cumplir la voluntad de Dios Padre. Muchas veces tuvo que enfrentarse con los fariseos y los escribas que esperaban un reino que llegaría de inmediato, tangible, sin caer en la cuenta que el Reino de Dios está en el interior de cada uno. A la pregunta de un maestro de la ley, “¿qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?”, Él manifestó: “Amarás Dios con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo” y ante la duda de quién es el prójimo, Jesús respondió con la parábola del Buen Samaritano para inculcarle cual es el Mandamiento Mayor.
Esta etapa fue pródiga
en los grandes milagros: la curación del criado del centurión romano, la resurrección
de la hija de Jairo y otros.
La tercera etapa de su
vida pública de Jesús se inicia con una pregunta: “¿Quién dice la gente que soy
yo?”, y ¡qué piensan de Él sus discípulos! Era un momento importante porque iban
camino de Jerusalén, el lugar donde se cumpliría el destino
final de Jesús,
el de la Cruz. Pedro se atrevió a contestar en nombre de todos: “Tú eres el
Cristo, el Mesías”. Pedro hizo una confesión de fe, sin entender que el Mesías
sería condenado a muerte, tal como fue anunciado. “Reconocido como hombre, se
despojó de sí mismo, se hizo esclavo y se humilló hasta la muerte, y una muerte
de cruz” (Flp.2,7)
Días después Jesús se
transfiguró. Acompañado por Pedro, Santiago y Juan subieron a lo alto del
monte, “y mientras oraba el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos se brillaban
de blanco”. (Lc.9,29). La transfiguración fue un indicio
de la gloria futura, una revelación de la majestad de Cristo Jesús, un anticipo
de la parusía. La visión produjo en Pedro tanta felicidad que le hizo exclamar
“¡Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!”.
Tiempo
después celebró su última cena con sus discípulos y les dejó como legado el
“amor fraterno”; marchó a orar a Getsemaní, lo prendieron, lo condenaron y fue
crucificado en el Calvario.
Fuera de nuestra
capacidad, hay una cuarta etapa que tendremos que desvelar: la Resurrección y la Gloria. A diferencia de las
otras tres, ésta la compartiremos en tiempo real con Cristo… ¡O no!
José Giménez Soria
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