La Iglesia, con Cáritas a la cabeza, hace lo imposible por ayudar a los más necesitados. Lucha contra la pobreza con todos los medios a su alcance, con la colaboración de quienes marcan la casilla de la declaración de la Renta a favor de la Iglesia y los que depositan sus limosnas.
Después de ayunar cuarenta días, Jesús
tuvo hambre y Satanás le dijo: “Si tú eres
Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan”, a lo que Jesús
respondió: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios”.
Dios dio al ser humano una fuente de alimento para el alma, el pan bajado del cielo. En cierta ocasión afirmó Jesús: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que lo coma vivirá eternamente” y lo confirmó después instituyendo la Eucaristía como prenda de la gloria que acerca al ser humano con Él mismo. La Comunión es la mejor muestra de Caridad que puede ofrecer la Iglesia.
A veces la vida de la Iglesia se justifica por el bien que hace con los más necesitados, como si erradicar la pobreza material fuera su misión. Dar de comer al hambriento o dar posada al vagabundo son obras de misericordia que palían necesidades elementales, mas no hay que olvidar el banquete eucarístico que atenúa la pobreza espiritual.
Dios nos dado una fuente de alimento verdadero para el alma: su Hijo Jesucristo. Él es el pan del alma, y “el que se alimente de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6:58). Necesitamos alimentarnos diariamente y compartir el Pan de vida para saciar el hambre espiritual del mundo.
Poniendo al pobre en el centro, se desplaza a Dios. Si se auxilian a los pobres y no les falta de nada, se acaba con la pobreza material, pero la Caridad bien entendida se completa enriqueciendo la pobreza espiritual. Hay que compensar la sed y el hambre, sin olvidar el vacío del alma.
Jaume Vives.
Periodista
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