Fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Oriundo de Betsaida, a orillas del mar de Tiberiades, fue quien encontró a Natanael, el que cuando conoció a Jesús le confesó: “Maestro, tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.
Felipe, en la última cena, hablando Jesús de su partida a “la casa del Padre”, le pidió que les mostrara al Padre y Jesús le replicó: “Hace tiempo que estoy con vosotros ¿y no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Felipe había comprendido que Jesús era enviado de Dios, pero no Hijo del Padre y se tranquilizó al oírlo.
El día de la muerte de Esteban se desencadenó una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Felipe aprovechó la situación para ir a una ciudad de Samaría a predicar las enseñanzas de Jesús y donde hizo varios milagros. Los espíritus impuros salían de los poseídos y los paralíticos y lisiados quedaban curados.
En la misma ciudad vivía Simón, un hombre cuya magia tenía deslumbrados a los samaritanos. “Este hombre es la fuerza de Dios”, decían. Cuando Felipe les anunció la Buena Noticia del Reino de Dios, hombres y mujeres, creyeron y se hicieron bautizar. Simón también creyó y, ya bautizado, no se separaba del apóstol.
Los que estaban en Jerusalén al conocer la predicación de Felipe, enviaron a Pedro y a Juan para que los samaritanos recibieran el Espíritu Santo, y así fue. Simón, al verlos les ofreció dinero para que le dieran el poder de imponer las manos a otros y que recibieran el Espíritu Santo, a lo que Pedro contestó: “Maldito sea tu dinero porque has creído que el don de Dios se compra con dinero. Arrepiéntete y ora al Señor”.
Pedro y Juan regresaron a Jerusalén anunciando la Buena Noticia al paso por las aldeas samaritanas y el ángel del Señor dijo a Felipe: “Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza: es un camino desierto”. Felipe partió y en el trayecto encontró a un eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, que volvía de peregrinar a Jerusalén en su carro, leyendo al profeta Isaías. Felipe se le acercó y le dijo: “¿Comprendes lo que estás leyendo?”. El etíope respondió: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”, y pidió a Felipe que subiera al carro y se sentara junto a él.
El pasaje que iba leyendo decía: "Como oveja fue llevado al matadero; como cordero que no se queja, él no abrió la boca. En su humillación, le fue negada la justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, ya que su vida es arrancada de la tierra?". El etíope preguntó a Felipe: “¿De quién dice esto el Profeta? ¿De él o de otro?”. Felipe le explicó la lectura y le anunció la Buena Noticia de Jesús. Al llegar donde había agua, el etíope dijo: “Aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?”. “Si crees de todo corazón, es posible”, contestó Felipe. Detuvieran el carro y descendieron hasta el agua, donde Felipe lo bautizó.
Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor, arrebató a Felipe. El etíope no lo vio más y siguió gozoso su camino. Felipe anunciaba la Buena Noticia en las ciudades por donde pasaba, hasta pasar por Azoto, cerca de Jafa y de allí llegó a Cesárea.
Evangelizó en Asia, en Frigia, en Cilicia y en Lidia. Durante la persecución de los cristianos bajo el emperador Domiciano, fue martiriado y crucificado por sus creencias en el año 80 d.C. Fue sepultado en Escitia, cerca de Hierápolis, en Egipto.
Hechos de los Apóstoles
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