Hace 35 años en una tarde de otro mes de marzo a los hermanos nazarenos de Jesús y María nos invadió una gran alegría: Una Imagen de rostro juvenil, símbolo de la virginidad y atributos de Mujer Corredentora, fue la causante. Bajo su amparo se inició una etapa nueva; su bella estampa fue el estimulante que nos hizo pregonar su gloria, la Gloria de María Llena de Gracia.
Fue
bendecida como María Santísima de la Redención, una advocación en armonía con el
plan de Dios; desde el principio de los tiempos Ella tenía reservado un lugar en
el Misterio de la Salvación que fue revelado con la venida de Cristo y que Ella
consintió: «¡Hágase
según tu palabra!»,
había contestado al ángel Gabriel.
Si
aquella tarde cantamos “Ven como
sea, que esta hermosura de tarde te necesita para su eternidad”, que dijo el
poeta, hoy, tras el saludo, ¡Ave María!, la aclamamos por ser Causa de nuestra alegría.
María
es causa de nuestra alegría porque fue preservada de toda mancha de pecado; Ella
llenó de gozo a Isabel cuando la visitó en Ain Karen; con su presencia evitó
que faltase el vino en la boda de Caná; colaboró por su fe y obediencia a la
salvación humana y durante nueve meses llevó
en su seno el Hijo de Dios hecho hombre. Son solo una muestra de cómo se
implicaba María de Nazaret para cumplir su papel terrenal, unas veces gozoso, otras
doloroso.
Siguiendo
san Pablo que alentaba rezar plegarias
y oraciones “para poder vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad
y respeto”, nosotros invocamos a la Virgen María con las letanías. Causa de nuestra alegría, es una
letanía que vale más que mil palabras. Contamos con la Virgen para desterrar tristezas,
sinsabores, amarguras, y encontrarnos ante su altar, en sus santuarios o en sus
capillas, rezándole, cantándole o llevándole flores o velas, en un ambiente de
paz y alegría.
La Bendita
entre las mujeres es causa de nuestra
alegría porque está “arraigada
en la historia de la humanidad; presente y partícipe en los múltiples problemas
de los individuos, de las familias y de las naciones; y socorriendo al pueblo
cristiano en la lucha entre el bien y el mal”, según
escribió el papa san Juan Pablo II.
Alegría es lo que el mundo moderno
necesita. Con María, las caras aparecen radiantes con la sonrisa en los labios,
como un rayo primaveral.
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