Nuestros pueblos y
ciudades ofrecen hoy un clima poco propicio a quien quiera buscar un poco de
silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. No es fácil
liberarnos del ruido permanente y del asedio constante de todo tipo de llamadas
y mensajes. Por otra parte, las preocupaciones, problemas y prisas de cada día
nos llevan de una parte a otra, sin apenas permitirnos ser dueños de nosotros
mismos.
Ni siquiera en el
propio hogar, invadido por la televisión y escenario de múltiples tensiones, es
fácil encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para encontrarnos con
nosotros mismos o para descansar gozosamente ante Dios.
Pues bien,
precisamente en estos momentos en que necesitamos más que nunca lugares de
silencio, recogimiento y oración, los creyentes mantenemos con frecuencia
cerrados nuestros templos e iglesias durante buena parte del día.
Se nos ha olvidado lo que es
detenernos, interrumpir por unos minutos nuestras prisas, liberarnos por unos
momentos de nuestras tensiones y dejarnos penetrar por el silencio y la calma
de un recinto sagrado. Muchos hombres y mujeres se sorprenderían al descubrir
que, con frecuencia, basta pararse y estar en silencio un cierto tiempo, para
aquietar el espíritu y recuperar la lucidez y la paz.
Cuánto necesitamos los hombres y
mujeres de hoy encontrar ese silencio que nos ayude a entrar en contacto con
nosotros mismos para recuperar nuestra libertad y rescatar de nuevo toda
nuestra energía interior.
Acostumbrados al ruido y a la agitación,
no sospechamos el bienestar del silencio y la soledad. Ávidos de noticias,
imágenes e impresiones, se nos ha olvidado que sólo alimenta y enriquece de
verdad aquello que somos capaces de escuchar en lo más hondo de nuestro ser.
Sin ese silencio interior, no se
puede escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer desde
dentro como seres humanos y como creyentes. Según Jesús, la persona “saca el
bien de la bondad que atesora en su corazón”. El bien no brota de nosotros
espontáneamente. Hemos de cultivarlo y hacerlo crecer en el fondo del corazón.
Muchas personas comenzarían a transformar su vida si acertaran a detenerse para
escuchar todo lo bueno que Dios suscita en el silencio de su corazón.
José Antonio Pagola
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