«La puerta de la
fe» (cf. Hch 14, 27), que
introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia,
está siempre abierta para nosotros. Atravesar esa puerta supone emprender un
camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a
Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida
eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu
Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).
Así empieza la Carta Apostólica en forma de motu
proprio, Porta Fidei, del Papa
Benedicto XVI para convocar el Año de la Fe que comenzó el 11 de octubre, en el
50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II, y concluirá el 24
de noviembre de 2013, Solemnidad de Cristo Rey.
La convocatoria «es
una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador
del mundo» y un llamamiento a los cristianos a renovar la fe. Los cofrades,
como miembros activos de la Iglesia, tenemos la oportunidad de dar testimonio
de que Jesús, el Nazareno, en el centro de nuestra fe y de nuestra vida. Para
ello nada mejor que acudir al Credo, la oración que es la síntesis de nuestra
fe.
El Credo
es la fórmula de la profesión de fe cristiana. Se llama así por ser la primera
palabra de la fórmula latina: «Credo in
unum Deum...». Los primeros cristianos tenían un código que aprendían de
memoria para poder ser bautizados: era el Símbolo de los Apóstoles, cuyos artículos
fueron formulados por los Doce. Hoy lo conocemos como Credo, y en él se resumen
las verdades principales que profesamos los cristianos.
Mucho se
ha empezado a escribir sobre el Año de la Fe. De la revista Alfa y Omega
extraemos parte de lo escrito por algunos teólogos sobre el Credo. El cardenal
luso José Saraiva Martins reconoce que hay una indiferencia religiosa
creciente, el ateísmo, pero «El Credo, en
síntesis, nos dice que si tú crees verdaderamente los que anuncias, si lo vives
en profundidad, no debes tener miedo de nada».
Monseñor
Pierangelo Sequeri, Rector de la Facultad de Teología del Norte de Italia,
apunta que «En el Credo, la historia del
hombre y la historia de Dios, se narran juntas, como en una única narración».
Y añade «Sería estupendo que el Año de la
Fe llevara a encariñarnos con el Credo».
Más
conciso es el dominico Giorgio María Carbone de la Facultad de Teología de
Bolonia: «El Credo es la síntesis de la
Revelación. En vez de leer todos los libros de la Biblia, la Iglesia,
conociendo la pereza humana, nos ofrece en unas líneas la síntesis de la fe».
Finalmente
el Arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Nueva
Evangelización, explica que, «al final
del Año de la Fe, querría que el Credo se convirtiera en la oración diaria de
los cristianos, es decir, la profesión de fe recitada y coherentemente vivida». Lo propone con palabras de San
Agustín: «Recibid la fórmula de la fe,
que es llamada Símbolo. Y cuando la hayáis recibido, grabadla en el corazón y
repetirla cada día, antes de dormir, antes de salir de casa, en la plaza o en
la calle, y para antes de comer».
«El Credo es, ante todo una oración que se
recita dentro de la celebración litúrgica. Es la síntesis de lo que la
sabiduría creyente ha seleccionado como esencial», escribe la Teóloga de la Universidad Pontificia Gregoriana
Stella Morra.
Sirva
este Año de la Fe como punto de partida para descubrir los contenidos de la fe
profesada, celebrada, vivida y rezada, confirmando día a día nuestras creencias
en Dios Padre, el Creador; en Jesucristo, nuestro Señor Redentor; en el Espíritu
Santo, el Consolador; en la Resurrección al final de los tiempos, y en la Vida
eterna, compartiéndolas con los demás.
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