Los días de Pascua nos recuerdan que todo lo que está muy bien tiene sentido porque Dios pensó un día en cada uno de nosotros, otro día murió también por cada uno de nosotros y al tercero, resucitó.
Está muy bien viajar a África para implicarse en la construcción de pozos para las familias que no tienen la posibilidad de ofrecer una vida digna a sus hijos.
Está muy bien estudiar una carrera o un oficio para labrarse un futuro profesional que permita mantener a la descendencia.
Está muy bien veranear en un lugar donde los niños correteen en medio de la naturaleza y se pueda descansar del frenesí laboral y de los equilibrios que se hacen durante el año para conciliar familia y trabajo.
Está muy bien ser atento con el prójimo, ya sea dándole alimento, posada, conversación o una buena atención si entra a comprar en nuestro comercio.
Está muy bien no matar y no robar. Sobre todo, si aquellos a quienes se mata o roba son inocentes que no pueden defenderse, sea el niño por nacer o el trabajador contratado.
Está muy bien hacer cosas que están bien, teniendo siempre a Dios presente, aunque tengamos que violentar nuestro egoísmo.
Todo eso está muy bien pero no pensemos que es suficiente. Los días de Pascua nos recuerdan que todo lo que hacemos bien tiene sentido porque Dios pensó un día en cada uno de nosotros, otro día murió también por cada uno de nosotros y al tercero, resucitó.
Y sin esto último, si no hubiera resucitado, no solo sería vana nuestra fe, como dice el Apóstol, sino que nuestra existencia sería absolutamente miserable.
Vivamos pues sabiéndonos hijos del Resucitado. Si nos miramos a nosotros mismos y vivimos pensando que somos la medida de todas las cosas y que todo es gracias a nosotros, al final nos acabaremos convirtiendo en unos miserables y ya nada de todo aquello que estaba bien, lo estará.
Vivir como si Dios no
existiera, aparentemente puede parecer que está muy bien, pero acaba arruinando
las vidas más exitosas.
Jaume Vives. Periodista
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