Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, María la de Cleofás, María la Magdalena y Juan. Mandaba la centuria que custodiaba la cruz el centurión Abenádar y su hombre de confianza Casio. Jesús tuvo sed y le acercaron a la boca una esponja empapada en vinagre y cuando tomó el vinagre, dijo: «Todo está consumado», e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los soldados quebraron las piernas a los dos ladrones, pero viendo que Jesús había muerto, Casio le traspasó el costado derecho con una lanza y cuando la retiró, al punto salió sangre y agua.
Al expirar Jesús se oscureció el sol y se produjo un terremoto; tanto el centurión como Casio dijeron aterrorizados «Verdaderamente este era Hijo de Dios». Otros soldados impresionados se tiraron de rodillas y también gritaron. Abenádar montó a caballo y corrió para ver a Pilato quedando Casio al frente de la centuria. Según la tradición unas gotas de sangre y agua del costado de Jesús salpicaron en los ojos de Casio que se estaba quedando ciego y al instante quedó sano. Se apeó del caballo, se arrodilló y se puso a alabar al Señor en voz alta.
La lanza tenía varias piezas sujetas unas con otras, con la de arriba acabada en punta. Casio la llevó al palacio de Pilato y fue a éste a quien Nicodemo se le la pidió y accedió. Se convirtió en un objeto codiciado. En el año 615 la punta de la lanza fue depositada en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla. En 1492 la recuperó el papa Inocencio VIII y se supone que se conserva en el Vaticano.
Casio abandonó la milicia, fue bautizado
por los apóstoles con el nombre de Longinos, término derivado de lanza, predicó
como diacono en Cesárea de Capadocia donde contaba la Pasión que vivió como
testigo ocular. Se cree que fue martirizado. La Iglesia celebra su fiesta el 16
de octubre.
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