Todo son palabras
veladas, como si Jesús no quisiera perjudicar a Judas:
los demás no entienden lo que está pasando.
Hijo del trueno. El tiempo santo es propicio para dar un remojón a las raíces del alma y escribir unos renglones para contar algún tejemaneje de Dios.
Me planto en el Jueves Santo de la mano de Juan, el “hijo del trueno” por su fervor ardiente, aspirante a un sitio en el reino, teólogo y evangelista, que en la cena de la Pascua indicó a Pedro la congoja del Señor. ¿Traiciones, negaciones?
Siglos antes Jesús Ben Sirá había urdido esta sentencia:
«Hijo, si
te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba.
Endereza tu corazón, mantente firme,
y no te angusties
en tiempo de adversidad.
Pégate a él y no te separes, para
que al final seas enaltecido.
Todo lo que te sobrevenga, acéptalo,
y se paciente
en la adversidad y en la
humillación.
Porque en el fuego se prueba el oro
y los que agradan al Señor
en el horno de la humillación». (Eclo. 2,1-5)
Tras un largo coloquio con visos de despedida el Señor los preparó para la prueba. Predijo la traición de Judas y las negaciones de Pedro, pero viéndolos pesarosos, quitó hierro a sus palabras hablándoles de su Padre, de moradas, de futuro...para que luego ellos siguieran el curso de la historia cuyo rumbo les había trazado. «Lo que pidáis algo en mi nombre, yo lo haré», les dijo para tranquilizarlos.
El pan. Judas Iscariote ni se inmutó. Era uno de los Doce, escogido con la misma libertad y confianza que a los otros, ecónomo del grupo, pero algo le roía en su interior. Oyó al Señor: «Uno de vosotros me va a entregar», sin revelar su nombre ni señalarlo. Le sorprendió que le ofreciese un poco de pan y se estremeció porque captó que lo invitaba a rectificar. De poco le sirvió el gesto amistoso de Jesús que procuró no forzar su libertad. Tan mala fue la reacción de Judas, que Juan lo anotó así: “Entró en él Satanás”, sin otros añadidos porque fue difícil entender su comportamiento. Judas no estaba preparado para la prueba. Los demás se miraban unos a otros algo agitados sin saber nada y con una curiosidad no resuelta.
Ya era de noche… El Señor, turbado, vio inútil prolongar la situación y dijo a Judas: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». Ninguno de los discípulos se dio cuenta de por qué le dijo esto, pero el Maestro sabedor de que se acercaba su hora le apremió, «Judas tomó el pan y salió enseguida; era de noche». “Salió para entrar en la noche; se marchó de la luz a la oscuridad; se apoderó de él, el poder de las tinieblas”, escribe Benedicto XVI.
Y continúa Jesús Ben Sirá:
«¡Ay del corazón cobarde, de las manos inertes,
y del pecador que va por dos
caminos!
¡Ay del corazón desfallecido que no tiene fe,
porque no será protegido!
¡Ay de vosotros los que habéis perdido la esperanza
y habéis abandonado las vías rectas,
desviándoos a las torcidas!
¿Qué haréis cuando el Señor venga a visitaros?
Caigamos en manos del Señor y no en manos de los humanos,
pues su misericordia es como su grandeza» (Eclo. 2,12-14.18)
Despejado el ambiente cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado con él», manifestando con ello la Gloria de Dios con la muerte y el triunfo de su Hijo.
Judas prefirió la gloria de los
hombres a la gloria de Dios. Si bien hizo un amago de arrepentimiento devolviendo
el dinero de la traición al enterarse de la condena del Señor, sus horas
finales fueron desesperantes para la oscuridad de su alma.
José Giménez Soria
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