Vivía
María en Nazaret sus últimas semanas de gestación cuando surgió un viaje
inesperado. Cayo Octavio, el emperador Augusto, que había anexionado Israel como
provincia romana, dictó un decreto mandando empadronarse en todo el imperio.
Ello obligó a José y María a viajar a Belén para inscribirse. ¿Por qué Belén?
El
decreto obligaba a empadronarse por familias por lo que José, de la familia de
David, debía ir a Belén, la ciudad de David,
a unos 130 km de Nazaret. Además se cumpliría lo profetizado por Miqueas 700 años antes: “De ti, Belén, saldrá quien ha de gobernar en Israel”, una profecía cargada de esperanza
mesiánica en unos tiempos duros y confusos.
José y María partieron de Nazaret, en
Galilea, cruzando Samaria a Belén, en Judea, en una caravana a donde llegaron al
cabo de varios días de camino. El último tramo del viaje fue muy penoso
para María que a ratos iba en burro o bien andando. En Belén les fue difícil encontrar posada y se acomodaron en un
establo. Luego
se inscribieron y pagaron el tributo sin problemas por ser de la
estirpe de David.
José dejó a María en el establo y fue en busca de alojamiento
pero volvió afligido sin encontrarlo. En esto María salió de cuentas, llegaron los dolores
del parto y dio a luz a su primogénito. Lo envolvió en pañales y lo recostó en un
pesebre, convertido en su primera cuna. Esto ocurrió en un establo, una especie
de refugio para animales, en definitiva un lugar pobre.
Este nacimiento marca el inicio de una nueva era.
En él Dios adopta la condición humana, “habitó
entre nosotros” dice San Juan, y desde entonces el tiempo de la historia se
cuenta antes de Cristo y después de Cristo. Trajo la luz y el privilegio de contemplar
su gloria alumbrada desde la humildad de un pesebre: es la Navidad.
La Navidad se
celebra en nuestro mundo como una gran fiesta de alegría en la que no caben
discriminaciones. Esta historia en la que
Dios se hace niño sirve para que con nuestra creencia religiosa, la disfrutemos
con holgura sin caer en la tentación de hacer de ella una fiesta frívola y descreída.
La Navidad nació envuelta en pañales, no adornada con papel de regalo.
El
relato evangélico se enmarca dentro de la historia de aquella época. Jesús
nació en un pueblo insignificante para la magnitud del imperio romano. Fue un hecho real que tuvo lugar en el año 753 de la
fundación de Roma, en el mandato de Cesar Augusto a quien el Senado le había otorgado
el titulo de Imperator Caesar Augustus. El censo lo organizó su legado en Siria, Cirino, y
en Judea reinaba Herodes el Grande, con sede en Jerusalén. Obligados por el decreto
censal, José y María tuvieron que dejar su tierra para un viaje nada
cómodo ni fácil con ella en situación de dar a luz. Si difícil fue el viaje,
peor fue al llegar a Belén y ver que era un lugar extraño para ellos, pero Dios
se sirvió de este acontecimiento para su plan salvador.
El pequeño pueblo de Belén nos dejó el
regalo de la Navidad, el acontecimiento que hace más de dos mil años se
convirtió en cuna de nuestra civilización. Allí empezó a contar la era cristiana.
José Giménez Soria
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