Con fecha 24 de mayo,
Solemnidad de Pentecostés, del año 2015, el Papa Francisco ha hecho pública
esta Carta-Encíclica, una exhortación a conservar el planeta en que vivimos, cuyo
título está tomado de un cantico de San Francisco.
«Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san
Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común
es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una
madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la
hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce
diversos frutos con coloridas flores y hierba»
Sobre la encíclica se
han vertido opiniones y comentarios de toda laya, algunos muy críticos porque
no admiten que en el tema ecológico, tan manido, meta las narices un hombre de
Dios, creídos en la superioridad de sus ideas sobre las de los demás.
Para los católicos el
Génesis es el punto de partida de todo lo creado. El Dios del Génesis es el
Dios Creador. No tiene genealogía ni pasado, y crea el lugar donde habitan
todos los seres creados, con predilección para el ser humano. Un lugar ordenado
en que cada criatura tiene su propio puesto conforme al diseño divino, cuyo
cuidado y conservación corresponde al hombre.
De
lo escrito sobre la encíclica, el artículo “No es la ecología, es la
teología” de
Monseñor Juan Antonio Martínez
Camino, Obispo auxiliar de Madrid, matiza algunas de las ideas publicadas.
El autor empieza diciendo que algunos
críticos más duros afirman que el Papa no ofrece en su encíclica ninguna
solución económica ni política a la cuestión ecológica. Si antes lo criticaban
por meterse a político y economista de cariz izquierdista, ahora lo critican
por presentar un texto carente de propuestas prácticas de algún tipo.
También
se dice que la encíclica nos obliga a los católicos a creer en algo nuevo: en
el llamado «climatismo», cuando lo cierto es que no es verdad que lo diga. La
fe católica es siempre la misma, a diferencia de las ideologías que van surgiendo
al compás de determinados intereses e incluso de falsedades. Nuestra fe es la del
Credo y por tanto, no es cierto que los católicos tengamos que creer en el
«climatismo», esa teoría que establece un nexo exclusivo de causalidad entre la
acción humana y el calentamiento de la Tierra.
Lo
que sí es cierto es que Laudato si’ obliga a todos, y específicamente a los
católicos, a no tomarse a broma la cuestión de la supervivencia del ecosistema
planetario y de la vida humana en él, empezando por la de los más pobres. Los
católicos estamos obligados a hacerlo así virtud de nuestra condición de
creyentes en Dios.
Hace
algunos años se puso de moda acusar a la tradición judeocristiana de la crisis
ecológica achacando al cristianismo los obstáculos que ponía al avance de los
pueblos con sus censuras y su supuesto sentido fatalista de la existencia. Más
tarde cuando se vio que el mito del progreso se estaba cobrando demasiadas
víctimas, incluido el ecosistema, también se buscó en la tradición bíblica la
causa de la sobreexplotación de la Tierra. Habría sido el Dios del Génesis
quien le habría dado carta blanca al hombre occidental para «someter la
Tierra».
Pues
bien, lo que el Papa Francisco denuncia, siguiendo una ya larga tradición
teológica y magisterial, es que el responsable principal de lo que está pasando
con la Tierra y la Humanidad es precisamente el ser humano que se ha apartado
del Creador y se ha puesto a sí mismo en el centro de todo. La fe en el Dios
del Génesis nos funda en la humildad, en la gratuidad y en el cuidado de su
hermosa creación. En el fondo de la crisis ecológica se halla el ídolo llamado
progreso, que es hechura de manos humanas y como tal un falso dios.
No
es verdad que el Papa se pronuncie en contra del progreso sin ofrecer solución
ninguna a los males causados por la ideología que lo diviniza. Lo que critica
con cierta dureza es el «paradigma tecnocrático», que hace descarrilar el
progreso humano de los pueblos, y pone por encima de todo la técnica y el
disfrute del poder que le va aparejado. De ahí resulta un desarrollo no acorde
con las verdaderas necesidades del hombre ni con la equidad entre los seres
humanos y los pueblos. Por encima de la técnica y del poder están la dignidad
humana y el bien común, y por eso necesitan ser orientados por el Bien, la
Verdad y la Belleza.
Entonces
¿condena el Papa la economía de mercado y la libertad? Pues no, a no ser que quienes
piensan que la pura ley de la oferta y de la demanda, con un poder político
corrupto, más preocupado del poder que de la justicia, pueda solucionar la
crisis ecológica. Las leyes del mercado no son ni buenas ni malas. Son
eficientes económicamente, pero insuficientes para una vida en justicia y
libertad. Hay que avanzar hacia una solución no encerrada en la voluntad
irracional de poder, sino abierta a los amplios horizontes del Creador y de su
obra maravillosa. Esa es la propuesta del Papa Francisco
Lo
que a algunos les duele no es tanto la ecología, sino la teología, porque la
cuestión ecológica nos pone a todos de nuevo ante la cuestión de Dios y de la
naturaleza, no ciertamente como diosa, sino como creación portadora de un
lenguaje divino.
El punto final de la encíclica no tiene
desperdicio: «Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos
ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón
de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos
abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra
tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea»
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