A estos sagaces empresarios les está superando desde hace
años un afamado competidor. Se trata de un tal Javier Krahe, que en 2004 diseñó
un plato llamado “Como cocinar un crucifijo”
cuya receta consiste en tomar un crucifijo, trocearlo, untarlo con
mantequilla, meterlo en el horno y esperar tres días, al cabo de los cuales
está en su punto y sale solo. A los católicos nos ofende que se use el símbolo
que representa la Redención para tan chabacano invento.
Así lo entendió en su día el Centro Jurídico Tomás Moro
que presentó una querella criminal por escarnio de las creencias religiosas
contra el artista-cocinero. Ahora, al cabo de ocho años (la justicia va por la vía
lenta) el Juez correspondiente ha absuelto al provocador cocinero, porque su
señoría no ve delito en humillar los sentimientos religiosos de miles de
españoles. Que el Señor le conserve su sapiencia.
Está más que probado que a los cristianos se nos ataca a
través de los símbolos más queridos, y el crucifijo es el que se lleva la peor
parte. O lo quitan o lo cocinan. ¿Y qué podemos hacer? Por lo pronto ser verdaderos
apóstoles y no acomplejarnos. En la era de internet y de las redes sociales
tenemos los instrumentos para contrarrestar ese acoso. Mostrar la cruz y el
crucifijo ha de ser el objetivo preferente y de paso difundir por los cuatro
puntos cardinales el rechazo a toda provocación. Si en Semana Santa sacamos a
la calle nuestros crucificados, ¿por qué no enseñarlos todo el año para avivar la
cristianización tan decaída?
Hace dos mil años San Pablo dijo a Timoteo en su segunda
carta que vendrían “tiempos difíciles”, pues los hombres son “egoístas,
avariciosos, irreligiosos, calumniadores, amigos más del placer que de Dios”. Es
lo que ocurre hoy. Pero al cristiano “Dios no ha dado un espíritu de cobardía,
sino de fortaleza y templanza”. “No te avergüences de dar testimonio de nuestro
Señor”, le decía. Apliquemos pues la enseñanza de San Pablo contra la marea
anticristiana con más fortaleza y menos vergüenza sin reír la gracia a los que
cocinan platos de mal gusto porque nos insultan, diga lo que diga un juez.
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