domingo, 5 de noviembre de 2017

SER COFRADE

Ser cofrade es para siempre.
 
Empieza como afición y continúa siendo una vocación que nunca acaba. Sea hombre o mujer, ser cofrade de una Hermandad de Semana Santa, santifica. Hace apenas unos días conmemorábamos a Todos los Santos; son los que han subido al Monte Santo y no cuentan en ningún santoral pero han recibido la bendición del Señor. Entre esos muchos habría los vestidos de capirote, son los cofrades.
 
Ser cofrade imprime carácter, esto es “posee un conjunto de cualidades que lo distingue de los demás en el obrar y en llevar con dignidad su modo de ser cristiano”.
 
Hace ya varios meses se apagaron los sonidos de cornetas y tambores de la última Semana Santa, pero el cofrade –hermano o hermana- no reduce su ritmo de servicio porque está comprometido todo el año con el culto en honor y gloria a Jesús Nazareno y a la Virgen María. No es solo ser protagonista de una procesión, sino estar metido día a día en el Misterio que representan las imágenes de esa procesión en la que habrá desfilado consciente de la historia sagrada que reviven tales imágenes, mientras reza una oración a Dios por él y por los suyos.
 
Porque el cofrade sabe la historia de aquel hombre, Jesús de Nazaret que vivió hace más de dos mil años, que nos recuerda su vida y milagros, su pasión, su agonía y su muerte por nosotros. Así está escrito en el Evangelio, fuente que alienta la vocación del cofrade que vive en el amor a Dios y al prójimo. Jesús de Nazaret no es un invento de profanos; su nacimiento, su vida, sus andanzas y trágico final tuvieron lugar en la época del Imperio Romano simbolizado en Judea por Poncio Pilato, testigo de la realidad de ese Hombre a quien mandó crucificar.
 
Jesús de Nazaret tuvo amigos que vivieron con él la misión recibida de Dios Padre. Entre los más allegados, al final unos le abandonaron, otro le traicionó. ¿Llegaron a conocer lo esencial de “su Maestro”? ¿Creyeron de verdad en Él, o su fe era esponjosa? Y nosotros, cofrades con túnicas de terciopelo, portadores de tronos y estandartes, de cetros o cirios, ¿somos conscientes de la dimensión “cristiana” de nuestra vocación?
 
El Jueves y el Viernes Santo el cofrade no conmemora un día concreto, sino un hecho histórico raíz de nuestra fe, y lo hace, ¡bendito sea!, todo el tiempo de su vida desde que en cierta ocasión su camino le llevó a encontrarse con el Nazareno, se fijó en Él, y le dijo como Job “Solo te conocía de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5).