martes, 19 de diciembre de 2017

EL ESPIRITU SANTO

Ven Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo

Encarnación. En tiempos de Herodes el Grande el ángel Gabriel se apareció a Zacarías para decirle que su mujer, Isabel, le daría un hijo al que pondría por nombre Juan que “será grande a los ojos de Dios y estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno”. Seis meses después el ángel Gabriel se presentó en Nazaret y anunció a María que iba a ser madre de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo. En ambos casos aparece el Espíritu Santo: En Juan como un don del que está llamado a preceder a Jesús para convertir los corazones de los padres hacia los hijos; en María, Jesús es concebido por la fuerza creadora del Espíritu Santo, la fuerza del Altísimo, que al nacer alumbra una nueva era.

Bautismo. Juan predicó mientras bautizaba en el Jordán: “Os bautizo con agua, pero el que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo”. En esto se presentó Jesús para que lo bautizara y apenas lo hizo “se abrieron los cielos y el Espíritu Santo bajó como una paloma y se posó sobre Él”, y una voz que decía “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”. De este modo Jesús es ungido por el Espíritu Santo para una misión universal y liberadora por designio divino.

La transfiguración. Jesús con Pedro, Juan y Santiago subió al monte a orar. Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos refulgían de blancos. Entonces  se presentaron Moisés y Elías y hablaban con Él. Los apóstoles vieron la gloria y a los dos que estaban con Jesús. Pedro se puso a hablar, pero se formó una nube, símbolo inseparable de las manifestaciones del Espíritu Santo, y se oyó una voz: “Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadle”. La voz del cielo apremia a escuchar a Jesús.

Son momentos en que el Espíritu Santo actúa como trasmisor de sabiduría e inteligencia, de consejo y fortaleza, de ciencia y temor de Dios. Durante los años de vida pública Jesús estuvo movido por el Espíritu para anunciar el Evangelio y así lo dijo: «El Espíritu de Dios está sobre mí. Me ha ungido para dar la Buena Noticia a los pobres; para liberar a los cautivos; dar vista a los ciegos; y proclamar el año de gracia del Señor». Así transcurrió hasta su Pasión.

 
La Pascua. Poco antes de celebrar su última Pascua, antes de la Pasión, Jesús anunció a sus discípulos el envío del Espíritu Santo, el Paráclito: “Le pediré al Padre que os de el Espíritu de la verdad,… lo reconoceréis y estará con vosotros”. El Espíritu Santo es revelado como la tercera persona de la Santísima Trinidad junto a Dios Padre y el Hijo. Es la que, en ausencia de Jesús, se manifestará a los discípulos y les guiará hasta la verdad plena. (Jn.14,17 y 16,13)

La palabra griega Paráclito se traduce por Consolador o Consejero o Defensor, esto es quien ayuda en cualquier circunstancia y, en este caso, mantiene vivo e interpreta el mensaje de Cristo.

Pentecostés. Siete semanas después, cincuenta días desde la Resurrección, nueve días después de la Ascensión, se cumplió el anuncio de Jesús. El Espíritu Santo vino a los discípulos. Su venida, o efusión del Espíritu Santo, es la fiesta de Pentecostés, y ocurrió que, “Estando todos reunidos se llenaron del Espíritu Santo y empezaron a hablar lenguas extranjeras según el Espíritu les concedía manifestarse, contando maravillas de Dios”. (Hechos 2,4-11). Recibieron el don prometido por Dios.

Desde aquel momento el Espíritu Santo empezó a ejercer su magisterio y los guió a comprender toda la verdad de Jesús y les enseñó a entender sus palabras. La inspiración del Espíritu Santo les ayudaría a divulgar mejor la doctrina divina.

Las verdades reveladas por Dios que enseñan las Sagradas Escrituras fueron escritas por hombres inspirados por el Espíritu Santo. Los libros del Antiguo y Nuevo Testamento ilustran con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso transmitir para la salvación de género humano.  Así pues, "Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena" (2 Tim 3,16-17

Los cristianos estamos llamados a mantener una relación intensa con el Espíritu Santo. No pasa desapercibido, nuestra fuerza proviene de Él y es la fuente de los frutos de cada día. Habita entre nosotros, es nuestro valedor. Sostiene la fe y ayuda con sus dones a proclamar lo que Jesús predicó; nos lo recuerda y, además, nos lo hace comprender. También en la Plegaria Eucarística de la Misa el celebrante pide al Padre que “santifique estos dones -el pan y el vino- con la efusión del Espíritu Santo” para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Nada mejor que invocarle con la oración dedicada a Él para que su luz y su fuerza nos sean propicias en cada instante de nuestra vida: Ven Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.”