sábado, 15 de abril de 2023

¡VEN, SEÑOR JESÚS!

El Viernes Santo, 7 de abril de 2023, el Papa Francisco presidió la Celebración de la Pasión del Señor en San Pedro del Vaticano. La homilía corrió a cargo del Predicador de la Casa Pontificia, el Cardenal Raniero Cantalamessa. 

 

Desde hace dos mil años, -empezó diciendo- la Iglesia celebra en este día, la muerte del Hijo de Dios en la cruz. En la Misa, después de la consagración, repetimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús”! 

 

Otra muerte de Dios ha sido proclamada durante más de un siglo en nuestro occidente descristianizado. En el ámbito de la cultura, se habla de la "muerte de Dios", y algunos teólogos se apresuraron a construir una teología: "La teología de la muerte de Dios". No podemos desconocer la existencia de esta muerte diferente de Dios que ha encontrado su expresión en la proclama que Nietzsche pone en boca del "hombre loco" que llega sin aliento a la plaza de la ciudad: ¿A dónde se ha ido Dios?

 

Como creyentes, es nuestro deber mostrar lo que hay detrás o debajo de esa proclamación. Hay el brillo de una llama antigua, la repentina erupción de un volcán activo desde el principio del mundo. El drama humano tuvo su "prólogo en el cielo", en ese "espíritu de negación" que no aceptaba existir en la gracia de otro. Desde entonces, ha estado reclutando seguidores, empezando por los ingenuos Adán y Eva: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gen 3,5). 

 

Para el hombre moderno, todo esto no parece más que un mito etiológico para explicar la existencia del mal en el mundo. Y ¡así es en realidad! Pero la historia, la literatura y nuestra propia experiencia personal nos dicen que detrás de este "mito" hay una verdad trascendente que ninguna narración histórica o razonamiento filosófico podría transmitirnos. 

 

Dios conoce nuestro orgullo y ha venido a nuestro encuentro. Él se ha “aniquilado” primero delante de nuestros ojos. De hecho, Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. (Fil 2, 6-8). 

 

"¿Dios? ¡Fuimos nosotros quienes lo matamos: tú y yo!”: grita “el hombre loco”. Esta cosa terrible en realidad sucedió una vez en la historia humana, pero en un sentido muy diferente de lo que él entendía. 

 

Porque es verdad: ¡fuimos nosotros, vosotros y yo, quienes matamos a Jesús de Nazaret! El murió por nuestros pecados y por los del mundo entero (Jn.2,2). Pero su resurrección nos asegura que este camino no conduce a la derrota, sino que, gracias a nuestro arrepentimiento, conduce a esa "apoteosis de la vida", buscada en vano por otros caminos. 

 

¿Por qué hablar de esto en una liturgia de Viernes Santo? No es para convencer a los ateos de que Dios no está muerto. Los más famosos entre ellos lo descubrieron por su cuenta, en el momento en que cerraron los ojos a la luz -de hecho, a la oscuridad- de este mundo.

 

En cuanto a aquellos que todavía están entre nosotros, se necesitan otros medios que las palabras de un pobre predicador. Medios que el Señor no fallará otorgar a los que tienen el corazón abierto a la verdad, como le pediremos a Dios en la oración universal que va a seguir en nuestra liturgia. 

 

No, el verdadero motivo es otro; es para evitar que los creyentes, quién sabe, tal vez solo unos pocos estudiantes universitarios, sean arrastrados a este vórtice del nihilismo que es el verdadero "agujero negro” del universo espiritual. El intento es de hacer resonar entre nosotros la exhortación siempre actual de Dante Alighieri: 

 

Sed, oh cristianos, en moveros más graves. No seáis como pluma a todo viento y no penséis que cada agua os lave.

 

Sigamos pues, repitiendo agradecidos y más convencidos que nunca, las palabras que proclamamos en cada Misa: 

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. 

¡Ven, Señor Jesús! 

 

Cardenal Raniero Cantalamessa

jueves, 6 de abril de 2023

LO QUE HAS DE HACER, HAZLO PRONTO

Todo son palabras veladas, como si Jesús no quisiera perjudicar a Judas:

 los demás no entienden lo que está pasando.

Hijo del trueno. El tiempo santo es propicio para dar un remojón a las raíces del alma y escribir unos renglones para contar algún tejemaneje de Dios.

Me planto en el Jueves Santo de la mano de Juan, el “hijo del trueno” por su fervor ardiente, aspirante a un sitio en el reino, teólogo y evangelista, que en la cena de la Pascua indicó a Pedro la congoja del Señor. ¿Traiciones, negaciones?

Siglos antes Jesús Ben Sirá había urdido esta sentencia:  

«Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba.

Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties

         en tiempo de adversidad.

Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido.

Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y se paciente

en la adversidad y en la humillación.

Porque en el fuego se prueba el oro y los que agradan al Señor

en el horno de la humillación». (Eclo. 2,1-5)

Tras un largo coloquio con visos de despedida el Señor los preparó para la prueba. Predijo la traición de Judas y las negaciones de Pedro, pero viéndolos pesarosos, quitó hierro a sus palabras hablándoles de su Padre, de moradas, de futuro...para que luego ellos siguieran el curso de la historia cuyo rumbo les había trazado. «Lo que pidáis algo en mi nombre, yo lo haré», les dijo para tranquilizarlos.

El pan. Judas Iscariote ni se inmutó. Era uno de los Doce, escogido con la misma libertad y confianza que a los otros, ecónomo del grupo, pero algo le roía en su interior. Oyó al Señor: «Uno de vosotros me va a entregar», sin revelar su nombre ni señalarlo. Le sorprendió que le ofreciese un poco de pan y se estremeció porque captó que lo invitaba a rectificar. De poco le sirvió el gesto amistoso de Jesús que procuró no forzar su libertad. Tan mala fue la reacción de Judas, que Juan lo anotó así: “Entró en él Satanás”, sin otros añadidos porque fue difícil entender su comportamiento. Judas no estaba preparado para la prueba. Los demás se miraban unos a otros algo agitados sin saber nada y con una curiosidad no resuelta.

Ya era de noche… El Señor, turbado, vio inútil prolongar la situación y dijo a Judas: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». Ninguno de los discípulos se dio cuenta de por qué le dijo esto, pero el Maestro sabedor de que se acercaba su hora le apremió, «Judas tomó el pan y salió enseguida; era de noche». “Salió para entrar en la noche; se marchó de la luz a la oscuridad; se apoderó de él, el poder de las tinieblas”, escribe Benedicto XVI.

Y continúa Jesús Ben Sirá: 

«¡Ay del corazón cobarde, de las manos inertes,

 y del pecador que va por dos caminos!

¡Ay del corazón desfallecido que no tiene fe,

 porque no será protegido!

¡Ay de vosotros los que habéis perdido la esperanza

 y habéis abandonado las vías rectas, desviándoos a las torcidas!

¿Qué haréis cuando el Señor venga a visitaros?

Caigamos en manos del Señor y no en manos de los humanos,

 pues su misericordia es como su grandeza» (Eclo. 2,12-14.18)

Despejado el ambiente cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado con él», manifestando con ello la Gloria de Dios con la muerte y el triunfo de su Hijo.

Judas prefirió la gloria de los hombres a la gloria de Dios. Si bien hizo un amago de arrepentimiento devolviendo el dinero de la traición al enterarse de la condena del Señor, sus horas finales fueron desesperantes para la oscuridad de su alma. 

                                                                                                                 José Giménez Soria