jueves, 11 de julio de 2013

FRANCISCO, EL PAPA CERCANO (II)

El Papa Francisco es el hombre del encuentro personal que cautiva por su trato y deslumbra con sus orientaciones. Para la gente común es una persona sencilla y cálida, plena de gestos de consideración. Es el sacerdote empeñado en que la Iglesia salga al encuentro de la gente con mensaje comprensivo y entusiasta. Es un religioso convencido de que debe pasarse de una Iglesia “reguladora de la fe” a una Iglesia “transmisora y facilitadora de la fe”.
 
Cuando tenía 21 años le diagnosticaron una pulmonía grave y tuvo que soportar dolores tremendos. Las visitas al hospital trataban de consolarlo con frases hechas, “ya va a pasar”, “pronto volverás a casa” y otras. Solo una lo reconfortó: la de la Hermana Dolores, una monja que lo había preparado para la primera comunión, dijo “Está imitando a Jesús”. Para él fue una lección de cómo hay que afrontar cristianamente el dolor.

Este episodio robusteció su fe, pero sobre si el dolor es una bendición si se lo asume cristianamente, dijo «El dolor no es una virtud en sí mismo, pero sí puede ser virtuoso el modo en que se lo asume. Nuestra vocación es la plenitud y la felicidad y, en esa búsqueda, el dolor es un límite. Por eso, el sentido del dolor, uno lo entiende en plenitud a través del dolor de Dios hecho Cristo». «La clave pasa por entender la Cruz como semilla de la resurrección».

Entonces a la cuestión de por qué la Iglesia insiste demasiado con el dolor como camino de acercamiento a Dios y poco en la alegría de la resurrección, como lo prueba que el principal emblema del catolicismo es un Cristo crucificado que chorrea sangre, el Cardenal explica:

«La exaltación del sufrimiento en la Iglesia depende mucho de la época y de la cultura. La Iglesia representó a Cristo según el ambiente cultural del momento que se vivía. En los iconos orientales, por ejemplo los rusos, se comprueba que son pocas las imágenes del crucificado doliente, más bien se representa la resurrección. En cambio el barroco español enfatiza la pasión de Jesús. La vida cristiana es dar testimonio con alegría. Santa Teresa decía que un santo triste es un triste santo».

Según qué región, en España la representación de la pasión de Cristo es diferente según la cultura de sus pueblos. En Andalucia predominan el barroco de crucificados dolorosos y los majestuosos tronos de palio de la Virgen, engalanada, revestida de tonos radiantes de plata y oro, de rostro lozano que mira con amor. En Castilla, de influencias románicas, el crucificado no lleva corona de espinas, tiene los ojos abiertos sin expresión de dolor, y la Imagen de la Virgen es una genuina muestra de sobriedad, sin palio, ni joyas ni coronas. En ambos casos el dolor de Cristo acerca más el hombre a Dios, que la alegría de la resurrección. Atrae más el Vía Crucis, el camino del Calvario, que el Vía Lucis, el camino de la Luz. Paradójico. Digamos como el salmista “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” porque sin cruz no hay resurrección.

A la pregunta de qué actitud toma ante una persona que tiene una cruel enfermedad, replica:

«Ante una vida que se apaga como consecuencia de una cruel enfermedad, enmudezco. Lo único que me surge es quedarme callado y rezar por ella, porque tanto el dolor físico como el espiritual tiran para adentro, donde nadie puede entrar: comporta una dosis de soledad. Y la gente quiere saber quien la acompaña y la quiere y reza para que Dios entre en ese espacio que es pura soledad». Un claro mensaje de que hay que salir al encuentro del otro.

-A propósito ¿piensa usted en su propia muerte?

«Hace tiempo que es una compañera cotidiana. Pasé de los setenta años y el hilo que queda en el carrete no es mucho. No voy a vivir otros setenta y lo tomo como algo normal. No estoy triste, pero la muerte está todos los días en mi pensamiento».