viernes, 15 de febrero de 2013

BENEDICTO XVI DEJA EL PONTIFICADO

La renuncia del Papa Benedicto XVI, anunciada el 11 de febrero pasado, día de la Virgen de Lourdes, cogió a todos con el pie cambiado. Creyentes y no creyentes se vieron sorprendidos por lo excepcional del hecho. La mayoría de los personajes públicos, salvo algunos cortos de luces, han mostrado respeto y admiración por el Papa, y su decisión. Ahora, hacer cábalas sobre lo que ocurra a partir del 28 de febrero en que sea efectiva su renuncia, son ganas de especular sobre los designios de la Iglesia, siempre tan reservada. De lo que no hay duda es que el Conclave, inspirado por el Espíritu Santo, elegirá un nuevo pontífice.

Benedicto XVI deja un legado doctrinal impresionante, pleno de sabiduría y sencillez. Destacan la trilogía sobre Jesús de Nazaret y las tres encíclicas sobre el Amor cristiano, la Esperanza y la Caridad. Lo último ha sido la proclamación del Año de la Fe para reavivar la fe de los creyentes y atraer a los alejados de Dios.

Los libros sobre Jesús de Nazaret, escritos a la luz del Evangelio, son un regalo para ahondar en la vida de nuestro Señor en los treinta y tantos años que vivió en este mundo. El segundo tomo recoge los acontecimientos de su última semana en Jerusalén, -la Semana Santa de los cristianos-, desde que llegó a la Ciudad Santa hasta que resucitó después de la crucifixión. Son 350 páginas para reflexionar sobre lo ocurrido en aquellos días, algo tan arraigado en los cofrades que, año tras año, lo recuerdan en plazas y calles por la gran fe que tienen en Jesucristo y la esperanza en la resurrección futura.

El Papa ha hecho muchos esfuerzos para estar cerca de los jóvenes. En dos ocasiones se ha visto cara a cara con ellos hablándoles alto y claro. La primera fue la Jornada Mundial de la Juventud de Sídney de 2008 y la segunda la JMJ de Madrid de 2011. “No os avergoncéis del Señor”, dijo en la ceremonia de bienvenida de Madrid…“permanecer firmes en la fe y asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente”. Sus palabras fueron granos de trigo sembrados en tierra firme, que no han borrado el paso del tiempo.

En este gran acontecimiento capaz de concentrar miles de rostros de todos colores, gentes de lenguas diversas o familias enteras, los cofrades españoles hicieron lo que saben hacer de carrerilla: Un gran Vía Crucis con sus Imágenes de Semana Santa para decirle al Papa cómo entienden su “vivir la fe”.

Al final de ese ejercicio de piedad, el Papa contempló las imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión” e hizo una llamada a los jóvenes: “Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”. “La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor”.

El Papa ha contribuido a renovar la fe proclamando el Año de la Fe, vigente desde octubre pasado. En la carta de su convocatoria afirmó que “Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que nos salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados”.

Los cofrades, y los católicos en general, agradezcamos a Dios las enseñanzas recibidas en los casi ocho años de pontificado de este gran hombre, que en su renuncia ha pedido “perdón por sus defectos” en un gesto de profunda humildad.