martes, 14 de julio de 2015

LAUDATO SI’

Con fecha 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año 2015, el Papa Francisco ha hecho pública esta Carta-Encíclica, una exhortación a conservar el planeta en que vivimos, cuyo título está tomado de un cantico de San Francisco.

«Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»

Sobre la encíclica se han vertido opiniones y comentarios de toda laya, algunos muy críticos porque no admiten que en el tema ecológico, tan manido, meta las narices un hombre de Dios, creídos en la superioridad de sus ideas sobre las de los demás.

Para los católicos el Génesis es el punto de partida de todo lo creado. El Dios del Génesis es el Dios Creador. No tiene genealogía ni pasado, y crea el lugar donde habitan todos los seres creados, con predilección para el ser humano. Un lugar ordenado en que cada criatura tiene su propio puesto conforme al diseño divino, cuyo cuidado y conservación corresponde al hombre.

De lo escrito sobre la encíclica, el artículo No es la ecología, es la teología” de Monseñor Juan Antonio Martínez Camino, Obispo auxiliar de Madrid, matiza algunas de las ideas publicadas.

El autor empieza diciendo que algunos críticos más duros afirman que el Papa no ofrece en su encíclica ninguna solución económica ni política a la cuestión ecológica. Si antes lo criticaban por meterse a político y economista de cariz izquierdista, ahora lo critican por presentar un texto carente de propuestas prácticas de algún tipo.

También se dice que la encíclica nos obliga a los católicos a creer en algo nuevo: en el llamado «climatismo», cuando lo cierto es que no es verdad que lo diga. La fe católica es siempre la misma, a diferencia de las ideologías que van surgiendo al compás de determinados intereses e incluso de falsedades. Nuestra fe es la del Credo y por tanto, no es cierto que los católicos tengamos que creer en el «climatismo», esa teoría que establece un nexo exclusivo de causalidad entre la acción humana y el calentamiento de la Tierra.

Lo que sí es cierto es que Laudato si’ obliga a todos, y específicamente a los católicos, a no tomarse a broma la cuestión de la supervivencia del ecosistema planetario y de la vida humana en él, empezando por la de los más pobres. Los católicos estamos obligados a hacerlo así virtud de nuestra condición de creyentes en Dios.

Hace algunos años se puso de moda acusar a la tradición judeocristiana de la crisis ecológica achacando al cristianismo los obstáculos que ponía al avance de los pueblos con sus censuras y su supuesto sentido fatalista de la existencia. Más tarde cuando se vio que el mito del progreso se estaba cobrando demasiadas víctimas, incluido el ecosistema, también se buscó en la tradición bíblica la causa de la sobreexplotación de la Tierra. Habría sido el Dios del Génesis quien le habría dado carta blanca al hombre occidental para «someter la Tierra».

Pues bien, lo que el Papa Francisco denuncia, siguiendo una ya larga tradición teológica y magisterial, es que el responsable principal de lo que está pasando con la Tierra y la Humanidad es precisamente el ser humano que se ha apartado del Creador y se ha puesto a sí mismo en el centro de todo. La fe en el Dios del Génesis nos funda en la humildad, en la gratuidad y en el cuidado de su hermosa creación. En el fondo de la crisis ecológica se halla el ídolo llamado progreso, que es hechura de manos humanas y como tal un falso dios.

No es verdad que el Papa se pronuncie en contra del progreso sin ofrecer solución ninguna a los males causados por la ideología que lo diviniza. Lo que critica con cierta dureza es el «paradigma tecnocrático», que hace descarrilar el progreso humano de los pueblos, y pone por encima de todo la técnica y el disfrute del poder que le va aparejado. De ahí resulta un desarrollo no acorde con las verdaderas necesidades del hombre ni con la equidad entre los seres humanos y los pueblos. Por encima de la técnica y del poder están la dignidad humana y el bien común, y por eso necesitan ser orientados por el Bien, la Verdad y la Belleza.

Entonces ¿condena el Papa la economía de mercado y la libertad? Pues no, a no ser que quienes piensan que la pura ley de la oferta y de la demanda, con un poder político corrupto, más preocupado del poder que de la justicia, pueda solucionar la crisis ecológica. Las leyes del mercado no son ni buenas ni malas. Son eficientes económicamente, pero insuficientes para una vida en justicia y libertad. Hay que avanzar hacia una solución no encerrada en la voluntad irracional de poder, sino abierta a los amplios horizontes del Creador y de su obra maravillosa. Esa es la propuesta del Papa Francisco

Lo que a algunos les duele no es tanto la ecología, sino la teología, porque la cuestión ecológica nos pone a todos de nuevo ante la cuestión de Dios y de la naturaleza, no ciertamente como diosa, sino como creación portadora de un lenguaje divino.

El punto final de la encíclica no tiene desperdicio: «Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea»