viernes, 29 de junio de 2012

BAUTIZO

Hasta hoy, que sepamos, es el más novatillo de la Cofradía. Tiene apenas cinco meses y uno de estos domingos de junio lo han vestido de blanco para ser bautizado. Meses atrás, el pasado Viernes Santo, su madre le puso una túnica morada con capa blanca que lució con la inocencia de un bebé que aún no distingue los colores. Esa noche, su padre, actual Mayordomo del Santo Sepulcro, lo aupó en brazos para ofrecerlo al Señor Yacente. Este gesto paterno le abrió las puertas de la Cofradía del Nazareno, siguiendo una tradición familiar iniciada por el bisabuelo del neófito que se remonta a casi un centenar de años.

El día de San Juan fue bautizado bajo el manto protector de la Santísima Virgen del Saliente. Al terminar la ceremonia padres y padrinos subieron al camarín y presentaron al  pequeño Pedro Jesús a la Madre de Dios. En la Eucaristía previa Isaías había profetizado: “Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó”. Fue una premonición a la gracia del Señor que recibió en el bautismo.

El bautismo nos permite ser hijos de Dios. Al ser bautizados pasamos de ser criaturas de Dios a hijos suyos. Cruzamos el umbral de la Iglesia para formar parte de sus miembros y ser herederos de la Vida Eterna. El bautismo es la puerta para poder recibir los demás sacramentos.

Los signos del bautismo son la vestidura blanca, la señal de la cruz, el agua, el santo crisma y el cirio. El pequeño Pedro Jesús iba vestido de blanco en señal de su dignidad de cristiano. Después de que padres y padrinos solicitaran al Oficiante la fe de la Iglesia, éste hizo la señal de la cruz sobre la frente y el pecho del pequeño mientras rezaba las preces de rigor. Luego puso un poco de sal en la boca del niño, derramó el agua bendecida sobre su cabeza, lo ungió con crisma y entregó a los padres una vela encendida directamente del cirio pascual recordándoles la responsabilidad de que nunca se llegue a apagar esa luz.

El celebrante terminó tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del bebé, mientras decía “Effetá”, esto es ¡Ábrete! que es una invocación al Señor para que el neófito pueda escuchar la Palabra de Dios y proclamar su fe. Este imperativo lo pone San Marcos en boca de Jesús cuando yendo desde Tiro hacia el mar de Tiberiades, le presentaron un sordomudo y Él, apartándolo de le gente, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua y mirando al cielo dijo ¡Effetá! y el sordomudo empezó a oír y a hablar.

Al finalizar el bautismo invocando el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el sacerdote invitó al nuevo cristiano a ir en paz.


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