miércoles, 7 de febrero de 2024

DOMINGO POR LA MAÑANA

El fin de semana es el peor invento del hombre, salvando el domingo por la mañana, ideado por Dios para santificar la fiesta.

Entre semana, con los niños en el cole o en la guardería, tengo todo el ancho del día para trabajar, conversar con los amigos y apurar un café. El lunes pasa con la mirada perdida; el martes y el miércoles las rutinas se adueñan de las horas; la amanecida del jueves y el viernes es de otros mimbres. A este último algunos llaman san Viernes. El sábado tiene la ventaja de que no hay que madrugar, salvo que sea “puente” y haya que devorar kilómetros. Depende.

Aunque el lunes empieza a mejorar, no a tope todavía, el bofetón melancólico del domingo por la tarde todavía duele. El martes mantiene su estatus de segundón, salvo si cae en trece y entonces saca su artillería de día gafe, o sea de mala suerte.

Mantengo que el fin de semana es el peor invento del hombre, pero habría que salvar el domingo por la mañana que lleva aparejado su mandamiento de santificar la fiesta. Dejo aparte el domingo por la tarde, pues lo más probable es que ni siquiera sea domingo, sino un intento de octavo día engurruñado que envenena a quien tiene que atravesarlo para llegar al lunes.

Los domingos por la mañana son otra cosa, no madrugo, me levanto, desayuno en familia y no hago gran cosa, ni siquiera enciendo el ordenador. Preparo el desayuno a la chiquillería –pan con Nocilla– y se inicia el protocolo de ir a misa.

Lo mejor para la salud de mi alma y de la de los feligreses, sería dejar los niños en casa porque en la iglesia alborotan, juegan en el confesionario y persiguen al limosnero hasta la sacristía para soltarle su euro; se mosquean con los del banco de atrás, se pelean a menudo o les da por llorar en mitad de la consagración. Pese a todo los llevamos para que se acostumbren y para que el catolicismo se les meta dentro. Luego, cuando lleguen a la juventud y por una cosa u otra dejen de ir a misa, noten en los domingos un hueco, una falta, una incómoda ausencia. Con la costumbre de hoy intentamos garantizar el remordimiento de mañana.

Además, aunque no tenga cantos y el sacerdote sea tan triste como la aciaga tarde que se nos viene encima, la misa dominical siempre irradia alegría como rayos la custodia. Y esa alegría armoniza con la chispeante y enternecedora vitalidad que los niños desparraman por defecto. Sales de la iglesia sin haberte enterado de nada, pero comulgado y más contento de lo que entraste. Estoy tentado incluso a decir que mi día preferido de la semana es el domingo por la mañana, el domingo-domingo. Eso sí, en caso de serlo, el martes estaría justo detrás, pisándole los talones.

José M. Contreras Espuny

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