sábado, 28 de junio de 2025

FELIPE, APOSTOL

          Fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Oriundo de Betsaida, a orillas del mar de Tiberiades, fue quien encontró a Natanael, el que cuando conoció a Jesús le confesó: “Maestro, tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.

Felipe, en la última cena, hablando Jesús de su partida a “la casa del Padre”, le pidió que les mostrara al Padre y Jesús le replicó: “Hace tiempo que estoy con vosotros ¿y no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Felipe había comprendido que Jesús era enviado de Dios, pero no Hijo del Padre y se tranquilizó al oírlo.

El día de la muerte de Esteban se desencadenó una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Felipe aprovechó la situación para ir a una ciudad de Samaría a predicar las enseñanzas de Jesús y donde hizo varios milagros. Los espíritus impuros salían de los poseídos y los paralíticos y lisiados quedaban curados.

En la misma ciudad vivía Simón, un hombre cuya magia tenía deslumbrados a los samaritanos. “Este hombre es la fuerza de Dios”, decían. Cuando Felipe les anunció la Buena Noticia del Reino de Dios, hombres y mujeres, creyeron y se hicieron bautizar. Simón también creyó y, ya bautizado, no se separaba del apóstol.

Los que estaban en Jerusalén al conocer la predicación de Felipe, enviaron a Pedro y a Juan para que los samaritanos recibieran el Espíritu Santo, y así fue. Simón, al verlos les ofreció dinero para que le dieran el poder de imponer las manos a otros y que recibieran el Espíritu Santo, a lo que Pedro contestó: “Maldito sea tu dinero porque has creído que el don de Dios se compra con dinero. Arrepiéntete y ora al Señor”.

Pedro y Juan regresaron a Jerusalén anunciando la Buena Noticia al paso por las aldeas samaritanas y el ángel del Señor dijo a Felipe: “Levántate y ve hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza: es un camino desierto”. Felipe partió y en el trayecto encontró a un eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, que volvía de peregrinar a Jerusalén en su carro, leyendo al profeta Isaías. Felipe se le acercó y le dijo: “¿Comprendes lo que estás leyendo?”. El etíope respondió: “¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?”, y pidió a Felipe que subiera al carro y se sentara junto a él.

El pasaje que iba leyendo decía: "Como oveja fue llevado al matadero; como cordero que no se queja, él no abrió la boca. En su humillación, le fue negada la justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, ya que su vida es arrancada de la tierra?". El etíope preguntó a Felipe: “¿De quién dice esto el Profeta? ¿De él o de otro?”. Felipe le explicó la lectura y le anunció la Buena Noticia de Jesús. Al llegar donde había agua, el etíope dijo: “Aquí hay agua, ¿qué me impide ser bautizado?”. “Si crees de todo corazón, es posible”, contestó Felipe. Detuvieran el carro y descendieron hasta el agua, donde Felipe lo bautizó.

Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor, arrebató a Felipe. El etíope no lo vio más y siguió gozoso su camino. Felipe anunciaba la Buena Noticia en las ciudades por donde pasaba, hasta pasar por Azoto, cerca de Jafa y de allí llegó a Cesárea.

Evangelizó en Asia, en Frigia, en Cilicia y en Lidia. Durante la persecución de los cristianos bajo el emperador Domiciano, fue martiriado y crucificado por sus creencias en el año 80 d.C. Fue sepultado en Escitia, cerca de Hierápolis, en Egipto.

Hechos de los Apóstoles

lunes, 9 de junio de 2025

RECRISTIANIZACIÓN

        Vivíamos en un descampado donde jugábamos al aire libre todos los días, salvo los domingos que íbamos a misa con el alma limpia previo paso por el confesionario. Así hasta que bloques de viviendas ocuparon el descampado y tuvimos que trasladarnos a una casa sin patio, donde mi madre cuidaba unas macetas con geranios

En los colegios y en las escuelas se rezaba el rosario un día a la semana, porque era un barrio católico y también lo rezaban muchas familias en sus casas. Los chavales íbamos a la parroquia de San Diego, cuando la misa se anunciaba con repique de campanas. En aquellos años cincuenta, mis padres lucharon para que tuviéramos una situación económica mejor que la suya.

Esto lo he recordado porque se me han cruzado dos noticias, una buena y la otra torpe, muy torpe. Vamos con la segunda para que el artículo nos deje buen sabor de boca. No salgo de mi asombro por los mensajes que recibo que me animan a alistarme en una batalla cultural, para mí, compatible con la incultura enciclopédica del momento. La verdad es que no sé a qué viene tanto revuelo, porque los cambios que pregonan sirven para que todo siga igual. Son los mismos personajes que, cuando estaban activos en política, provocaron los males que, ahora retirados, pretenden remediar. Son los que cuando tuvieron la obligación hacer el bien, obraron mal, los mismos que no han pedido perdón por sus hechos y ahora van de redentores de la Humanidad. O sea, hipócritas redomados.

El problema no es cultural, sino religioso. El atasco religioso, se traduce en una lamentable pérdida de fe de la sociedad española, cuyo remedio tiene que ser religioso, una verdad que no se atreven a decir esa panda de católicos que van ahora de reformadores culturales. La buena noticia es que este mes de junio ha aparecido un libro dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, que además de reanimar nuestra fe, ha avivado los recuerdos de mi infancia.

Cuando yo era niño, y no tan niño, la mayoría de las puertas de entrada de las casas del barrio tenían una imagen de metal del Sagrado Corazón de Jesús, y en el salón de mi casa había un cuadro con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Esto ha venido a mi memoria desde que recibí el libro titulado Mirarán al que traspasaron. Historia de la espiritualidad del Corazón de Cristo. Es un libro extraordinario escrito con muchas horas de trabajo y de oración. Sus páginas documentadas exponen con rigor la historia de esta devoción religiosa, lo mejor para iniciar la recristianización.

Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea. Universidad de Alcalá.