jueves, 4 de abril de 2024

ARTE SACRO EN SEMANA SANTA

En el arte sacro se percibe la huella de Dios.

Ha pasado la Semana Santa con sus imágenes y sus símbolos sagrados dando esplendor al culto cristiano. Esto será así, siempre que muestren dignidad y belleza y no atenten contra la doctrina Evangélica.

Desde muy antiguo el arte sacro constituye un patrimonio puesto al servicio del culto divino. Una catedral, una iglesia, una capilla, una imagen, una pintura, un estandarte u otro símbolo sagrado, debe estar en consonancia con la fe del creyente. Las obras de arte sacro que expresan la belleza divina guían al hombre hacia Dios, por lo que requieren una buena dosis de inspiración religiosa por parte del artista.

En Cuaresma y Semana Santa es el tiempo propicio para hacer visible el arte sacro. Los templos y las calles se llenan de Imágenes Sagradas escoltadas por estandartes, ciriales, guiones, faroles, cruces y otros símbolos, siguiendo una tradición secular. Las manos del artista contribuyen a exaltar el misterio de la Pasión del Señor. Unos con más acierto que otros, pero todos con igual grado de fe, se han inspirado para que su obra y su propio estilo, sea fuente de devoción y sea aceptada por el pueblo por su belleza y porque ayude a rezar. La obra que trasmite cercanía tiene un alto componente de fe.  Si falta la fe se trasmite a la obra.

El artista no puede idealizar una imagen o un símbolo sagrado a su capricho y ajeno a la realidad. Las imágenes y los símbolos nunca son irrelevantes. Una imagen “inventada” rehúye lo que representa el Misterio y alejará al pueblo fiel. La Imagen de Jesús crucificado con la cabeza inclinada refleja perdón; la Cruz simboliza Redención, y un puñal en el pecho identifica a la Virgen Dolorosa. Solo son tres ejemplos, porque hay más.

La Semana Santa se anuncia con un cartel que retrata la conmemoración de la Pasión del Señor Jesucristo. El cartel lleva plasmado cualquier escena de las horas trascurridas desde la Oración en el Huerto de Getsemaní hasta la Resurrección. Su hechura, su diseño, su forma y su color van más allá de su estética. Tratándose de la representación de un hecho real, cuyos personajes, Jesús y María, mostraban rasgos propios de la situación que padecían, sufrientes para más señas, no pueden idealizarse por mucha buena voluntad que tenga su autor. La imagen de Jesús será la propia de un hombre con más de treinta años que soportaba un cruel castigo, y la de María, la de una madre desconsolada e impotente ante la injusticia, que lloraba los padecimientos de su hijo.

Las obras de arte, tanto en Semana Santa como en los lugares de culto, proclaman la fe y crean un ambiente apto para la adoración y veneración. Las advocaciones de las Imágenes encarnan pasajes concretos y no admiten aditamentos que las desvirtúen. El arte sacro no debe tergiversar el impacto estético y espiritual de quienes lo contemplan.

José Giménez Soria

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