Tenemos que preguntarnos si vivimos para Dios o para nosotros mismos
Saltaba el otro día la noticia de que en EE. UU. los obispos han lanzado una campaña para animar a los fieles a volver a la iglesia. Por lo visto un siete por ciento ha dejado de ir a la iglesia de forma habitual y ha considerado más cómodo quedarse en casa o pasar directamente al aperitivo. No sería de extrañar que todavía quede algún despistado con muy buena salud que haga el canelo delante de la pantalla del ordenador, comulgando digitalmente.
Y de esta triste –y esperable noticia– sacamos dos conclusiones: la primera es que no parece haber sido buena idea cerrar los templos durante la pandemia. No parece haber ayudado a la fe privar de los sacramentos a la gente cuando más los necesitaba.
No parece muy inteligente –y mucho menos cristiano– haber actuado como si Dios fuera el problema más que la solución, una carga más que una ayuda, algo prescindible y no necesario, algo accidental y no nuclear.
Bajo el pretexto de cuidar de los cuerpos se olvida el cuidado de las almas, bajo el pretexto de interesarse por lo humano se lanza el mensaje de que Dios no existe, no está, ni se le espera ni tiene nada que ofrecer. Un mensaje sin duda muy cristiano que ha enardecido el corazón de los fieles y los ha llenado de inmenso amor.
La segunda conclusión a la que llegamos es que este desplome del siete por ciento no ha hecho sino evidenciar un problema que nos afecta absolutamente a todos los cristianos –y que puede que vaya a más–, y es que tenemos que preguntarnos si vivimos para Dios o para nosotros mismos y –como mucho– le dejamos un huequecito no muy grande para que entre en nuestra vida.
Si lo nuestro es cumplir acabaremos como ese 7 por ciento. Si es un tema ideológico, acabaremos como ese 7 por ciento. Si es un tema emocional, –sentimos que estamos a gusto y haciendo lo correcto– acabaremos como ese 7 por ciento. Si lo hacemos porque después de tantos años pensamos que nos sentiríamos mal si no lo hiciéramos, acabaremos como ese 7 por ciento. Si no hay un encuentro personal y una adhesión del corazón y la voluntad acabaremos como ese 7 por ciento.
Así pues, puede que no sea tan sorprendente lo que está ocurriendo en EE.UU. (y en el resto del mundo).
Jaume Vives. Periodista