Caminemos juntos en la esperanza
El Papa reflexiona con llamadas a la conversión
Iniciamos la peregrinación de la Cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia nos invita a celebrar el triunfo pascual de Cristo. Como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» (1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es el garante de nuestra esperanza.
Con la gracia del Año Jubilar, reflexiono lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir que la misericordia de Dios nos dirige a todos.
“Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo narra camino a la libertad, guiado por el Señor. Uno puede preguntarse: ¿cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy en camino o paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o en mi zona de confort? Es un buen ejercicio cuaresmal mirar la realidad para descubrir lo que Dios nos pide, siendo caminantes hacia la casa del Padre.
Hagamos este viaje juntos. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos. El Espíritu Santo nos impulsa para ir hacia Dios y hacia los hermanos, nunca a encerrarnos. Significa ir codo a codo, sin albergar envidia o hipocresía, sin excluir a nadie. Vamos hacia la misma meta, juntos los unos a los otros con amor y paciencia.
En Cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en el trabajo, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, no ocupándonos solo de nuestras necesidades. Preguntémonos si somos capaces de trabajar juntos al servicio del Reino de Dios; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos.
Recorramos este camino en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, es el horizonte cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esta certeza: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús” (Rm. 8,38-39). Jesús, nuestra esperanza, resucitó y reina. En esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.
Esta es la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su promesa de vida eterna. ¿Tengo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo la esperanza y me comprometo con la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?
Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (Rm.5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, y con ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» (1Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo»
Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.
Roma, San Juan de Letrán, 6 de febrero de 2025, memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires.
FRANCISCO